Elvira Lindo, en el Hotel Only You de la calle Barquillo de Madrid.
Apuradilla y a paso rápido, pero sonriendo, aparece por la calle Barquillo Elvira Lindo. La calle Barquillo no es una calle cualquiera para ella: es la calle en la que vivió muchos años, cuando en el barrio de Chueca había más yonquis decrépitos que homosexuales que van de modernos, cuando había más tabernas de barra que restaurantes de diseño. Elvira adoraba el barrio entonces —que era duro, pero que tenía una extraña y variada mezcla de personajes— y adora el barrio ahora, tan libre, tan vivo, tan abierto. “Lo siento, llego un poco tarde”, dice Elvira.
Le quedan pocos días en Madrid. En breve, apenas pasen las fiestas navideñas, ella yAntonio Muñoz Molina regresan a Nueva York, donde viven una buena parte del año. Parecen una pareja de escritores algo pintoresca, pero no lo son tanto si uno se fija bien. El año pasado, allá por abril, Elvira estaba en Nueva York. De cuando en cuando colgaba una fotillo en su muro de Facebook: unas veces salía poniéndole bien la corbata a Raúl Arévalo, otras haciendo el gamberro detrás de una cámara que grababa a Javier Cámara, otras sonriendo mejilla con mejilla con la estupenda actriz americana Sarah Sokolovic y otras sorprendiendo a una Carmen Ruiz disfrazada y en estado de gracia. En esas fotos se les veía pasarlo bien, por supuesto, pero también se les veía pasarlo mal. Se veía la nieve, por ejemplo. Y se intuía el viento.
Me explico: era el rodaje de ‘La vida inesperada’, la película que ha dirigido Jorge Torregrossa y que se basa en un guión de la escritora. Y en abril, normalmente, el frío da tregua en NY. El año pasado, contra todo pronóstico, nevó, llovió día sí y día no, y la lluvia llegaba envuelta en huracanados vientos que parecían empeñados en arruinarles el rodaje, un rodaje que, muchos días, empezaba de madrugada y acaba por la noche.
—Antes del rodaje, yo le decía a Beatriz [Bodegas, productora del filme], “no te preocupes, si en abril está todo floreciendo”. Pero no fue así —empezó a explicarme Elvira, después de servirse su té de melocotón.
—¿Por qué te has implicado tanto en esta película?
—Porque quería que se hiciera. Todos queríamos que se hiciera y por eso pusimos toda nuestra ilusión. Desde que me vine a vivir a NY soñé con hacer una película aquí. Imaginaba personajes y secuencias cuando iba caminando por la calle. En 2006, en una conversación con Javier Cámara, nos pusimos a fantasear sobre cómo NY es una ciudad que dispara tu imaginación. Y así fue cómo, animada por él, me puse a la tarea de escribir un guión. Y aunque era un proyecto loco, complicado, escribí ‘La Vida Inesperada’. A partir de ahí comencé a buscar un productor. No fue fácil. Y eso que por aquel entonces, todavía, parecía más fácil. Pero el proceso de una película es muy largo, tan largo como para que sobrevenga una crisis en tu país, como nos ha caído. Beatriz Bodegas fue la persona que finalmente y con muchas dificultades y no pocos riesgos, logró reunir el dinero. Piensa que si ya es difícil en estos momentos sacar una película española adelante, cómo de difícil es sacar una película española rodada en NY. Por eso me impliqué. Generalmente un guionista recibe el encargo de una productora, pero en este caso no ha sido así. Yo escribí la historia que quería contar. Y lo cierto es que si la película ha salido adelante ha sido porque todos los que la hicimos nos entregamos totalmente a ella.
Rodando en Nueva York con Jorge Torregrossa.
‘La vida inesperada’ es una película que habla sobre la ciudad de Nueva York y que habla de sueños, algunos rotos y otros no tan rotos, algunos que se hacen realidad y otros que se hacen realidad de otra manera. Es una película a ratos divertida, a ratos profunda, pero casi siempre agridulce, porque no puede resultar de otra manera la historia de un hombre de la Rioja que se va de su casa para luchar por sus sueños de juventud en una ciudad llena de corazones que se parten.
—¿Crees que la vida concede un tiempo determinado para cumplir algunos sueños?
—Desde luego sucede con los sueños juveniles, porque luego hay otros sueños, cosas que te encuentras en la vida y que no las habías buscado. Hay que estar abierto para verlas. Los personajes de la película, en un momento de la historia, son muy conscientes de que a lo mejor han soñado algo cuando tenían 19 o 20 años y que el sueño ya no se sostiene. La vida tiene una duración y tú tienes que ver si a los casi 40 años sigues esperando de la vida lo mismo que a los 20. A lo mejor haces bien en no convertirte en un personaje patético y cambiar, adaptarte a un nuevo cambio, tratar de buscar la felicidad de otra manera, no de aquella manera que tú creías cuando eras adolescente.
Con Sarah Sokolovic
—Pero hay gente, sobre todo en ciudades como NY, a las que no les resulta fácil aceptarlo, ¿no?
—Hay gente que se queda muy colgada de los sueños juveniles. En NY se encuentran muchos personajes así porque es una ciudad muy engañosa… la gente va a perseguir un sueño y es fácil encontrarse trabajillos con los que ir saliendo a flote mientras persigues tu sueño. Puedes engañarte a ti mismo y decir, “bueno, pues voy a seguir así hasta que me llegue mi momento”, pero pueden pasar muchos años y que de pronto te des cuenta que estás estancado en una vida profesional que no te corresponde.
—Nueva York es una ciudad importante para ti. También has contado alguna vez que puede ser una ciudad muy dura. Pero, ¿qué es lo que más te ha dado para que la quieras tanto?
—A mí me ha dado… es una cuestión psicológica, más interior que exterior. Nueva York me ha dado libertad. Yo me vi en otra ciudad, fuera de mi ambiente. Eso me ha hecho endurecerme en muchas cosas. He tenido que convivir con personas que no se parecen en nada a las personas a las que he tratado toda mi vida, de mil culturas distintas, y creo que eso me ha hecho más flexible y más madura y en ese sentido creo que me ha hecho disfrutar más de la vida, la verdad, porque la flexibilidad es algo que te proporciona muchas cosas, te hace entender más a los demás, y te hace tener unas expectativas de vida más amplias… He aprendido no solamente con las cosas buenas que he tenido allí, sino con las dificultades, que han sido muchas. Lo que pasa es que yo no soy una persona a la que le guste airear los momentos melancólicos o de dificultad. No me gusta hacerlo. Pero los ha habido y me han enseñado. De la experiencia neoyorquina he salido más madura y más formada.
—¿Crees que lo inesperado de la vida acaba siendo al final lo más importante?
—En gran parte sí. Lo más importante es tener los ojos abiertos y el corazón abierto para saber ver. Creo que en algún momento de la película un hombre lo dice: No te empecines en lo que tú soñaste ser, abre los ojos porque a lo mejor se te está ofreciendo otra cosa que merece la pena.
—Y en tu vida, ¿lo inesperado ha sido lo mejor?
—Es que yo he vivido gracias a lo inesperado. Cuando yo tenía 28 años pensaba que iba a seguir toda mi vida trabajando en la radio y podría haber sido así, no era una mala vida. Pensaba que me echaría un novio porque quería echarme un novio pero tampoco pensaba que me gustaría demasiado. Tenía cierto escepticismo porque a pesar de que he tenido una cantidad de novios respetable, que un hombre me gustara verdaderamente es algo que me ha costado. Hay gente muy enamoradiza, yo no lo soy. A los 29 años me enamoré de un hombre que realmente tenía el atractivo que yo soñaba y que no creía que iba a encontrar, con el que podía hablar de todo, con el que podía compartir tantas cosas, que me parecía que estaba hecho a mi medida. A los treinta y uno ya éramos una pareja muy estable y luego empezamos a pasar un tiempo fuera de España, que es otra cosa que yo tampoco me esperaba y que creo que es algo que tampoco se esperaba él. Entonces también fui compartiendo la vida con una persona que también era flexible en ese sentido. Esa flexibilidad ha hecho que estuviéramos abiertos a cosas que pudiéramos hacer y nuevas experiencias que pudiéramos vivir.
—Hay gente que dice: Sí, es que ellos viven muy bien y pueden vivir en NY parte del año.
—Y yo respondo: pues sí, pero también hemos hecho lo posible por hacerlo. Quiero decir que hay mucha gente dentro de mi profesión que vive más o menos bien y que podría hacerlo también y no lo ha hecho, cosa que me parece fenomenal. Son elecciones. Ahora pasamos medio allí pero tampoco estoy cerrada a que en el futuro en lugar de NY sea otra ciudad. La vida te da señales. A lo mejor te vas un mes a Lisboa y piensas: pues tal vez quiero vivir aquí en el futuro.
—Si no se te hubiera cumplido el sueño de dedicarte a la escritura, ¿has pensado a qué te hubiera gustado dedicarte?
—Yo soy una persona apasionada, así que creo que me hubiera podido dedicar a otra cosa con pasión. Podría haber sido siempre presentadora de radio, por ejemplo. Y creo que hubiera sido feliz. O guionista de radio, aunque no hubiera escrito libros. Pero hay más cosas: a mi me encanta el comercio, tal vez podría haberme dedicado a algo comercial, siempre relacionado con la imaginación, con imaginar cómo solucionar problemas o hacerle la vida más agradable a la gente. Yo, por ejemplo, ahora que veo a tanta gente joven que está haciendo cosas bonitas en Madrid, diseñadores, artesanos, artistas, me quedo embobada. Me parece que hacen un trabajo maravilloso.
—A pesar de todo lo que está pasando en nuestro país, ¿tú te consideras optimista?
—Yo puedo tener una idea de lo que es el presente, y por supuesto puede ser una idea muy crítica, pero a mí la gente que es absolutamente derrotista o que tiene esos discursos derrotistas y está en una buena situación, me parece que tiene algo de farsante. ¿Qué pasa que tú estás en una buena situación pero a los demás les auguras una mierda de vida? Me callo nombres que se me pasan por la cabeza, pero no me parece justo. El otro día estuve en Cartagena porque estoy propuesta para un premio y estuve visitando institutos y algún centro de apoyo para chavales, porque allí hay mucha inmigración, y qué quieres, ¿que vaya allí y les diga que la vida no merece la pena? No sólo no me veo capaz de hacer algo así: tampoco lo pienso. Que lo van a tener difícil, mucho. Solo hay una vida. Mi generación vivió su juventud. ¿Qué quiere usted que ya vivió su juventud, amargarle la juventud a los que vienen ahora? El presente es muy complicado, pero hay que vivirlo, disfrutarlo, padecerlo, sufrir, alegrarse, todo en la mayor medida de lo posible. Ahora hay mucha gente joven que está haciendo cosas maravillosas.
—¿Te ha costado mucho cogerle el puntillo a ese complicado trío de fama-vanidad-tranquilidad?
—No me ha resultado nada fácil. Pero yo sigo siendo una persona ansiosa, me pongo tensa muchas veces al día, por mi trabajo, por un artículo, qué sé yo. Lo que ocurre es que Antonio y yo formamos una pareja peculiar. Los dos hemos tenido que ceder parte de nuestro ego, es decir, yo admiro muchísimo lo que hace Antonio y muchas veces le ayudo a lo que él hace, pero Antonio a mí me ayuda mucho también en lo que yo hago. Es peculiar porque normalmente en una casa hay solamente una persona que escribe, aquí somos dos. Y yo creo que estamos muy preocupados el uno por el otro, pero es que además juntamos entre los dos cuatro hijos, que es una importante preocupación en nuestra vida que en muchos casos sobrepasa la de nuestros propios trabajos. Para mí es un ejemplo la familia de Miguel Delibes. Él consiguió no tener eso que se llama “hijos de artista”, o “hijos de padre conocido”. Sus hijos supieron buscarse la vida, recibieron amor de sus padres, atención, no tuvieron problemas de ego porque su padre no acaparó todo el ego de él que había en esa casa. Yo creo que en ese sentido nosotros tenemos la voluntad de que nuestros hijos lleguen a ser lo que realmente quieran ser. Entonces todas esas cosas hacen que tu vanidad, que la tienes, por supuesto, se diluya, de forma que no sea molesta para los demás.
—Y que no te condicione la vida.
—Y que no haga la vida imposible a los demás. Que te permita ver a los demás, no solamente verte a ti mismo. Las personas que nos exponemos públicamente tenemos que tener autoestima, porque de alguna manera, te tienes que proteger. Yo soy una persona muy insegura, pero he comprendido que hay que reforzarse la autoestima porque te tienes que proteger: ahora uno te quiere, ahora te odia. Los sentimientos son fuertes. Pero otra cosa es hacerte una persona insoportable que solamente esté preocupado por uno mismo. Y esté solamente mirándose el ombligo todo el día. Ese tipo de personas son desagradables, aburridas, y eso se transparenta a veces en lo que escriben.
—Volviendo a la película, dice Raúl Arévalo: “Mi vida tal vez es demasiado perfecta”. ¿Tú crees que puede ser un problema que la vida de alguien sea demasiado perfecta?
—Yo conozco ese tipo de personajes. Parece que no tienen… no tienen capacidad de analizarse a sí mismos ni de analizar a los demás. Lo ven todo muy plano. Como personaje para la ficción es maravilloso, porque no tiene filtros. A él le han ido las cosas de puta madre y se lo dice a su primo, al cual le han ido las cosas de puta pena. Yo he conocido a gente que es así. Gente que está con un tío que está en paro y le cuenta cuantísimo ha ganado en el último negocio. Ni tan siquiera lo hacen con mala leche…
—Terminamos con un deseo para 2014.
—El deseo fundamental que bajen los índices de paro. Luego yo desearía que si las cosas siguen así en 2014, económicamente creo que es urgente que el Gobierno tome medidas con respecto a los más débiles, creando un plan especial de la infancia, que es algo que han reclamado UNICEF y Cruz Roja. No es un discurso tópico. No me acuerdo de los niños porque estemos en Navidad. Es algo que me preocupa realmente.
** El estreno de ‘La vida inesperada’ estaba programado para el 7 de febrero de este año, pero, como si el propio título del filme hablara, se ha visto retrasado en el último momento. Probablemente llegue en el mes de abril a los cines de toda España.